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Por Carlos A. Victoria*

 

No se requiere de muchas elucubraciones para argumentar por qué en la actual coyuntura histórica es fundamental nuestro voto por la Colombia Humana que lideran Gustavo Petro y Ángela María Robledo. Al primero lo conocí cuando le estreché la mano la noche del 9 de mayo antes de subirse a la tarima de la atiborrada plaza de Bolívar de Pereira. Me inspiró confianza. A la segunda la conozco desde hace ocho años. Con ella he cultivado una amistad sincera, convencido que algún día iba a jugar un papel estelar en los cambios políticos  de nuestra nación. Lo está logrando.

 

A lo largo de último tramo de mi vida en la universidad pública he tenido la oportunidad de estar mucho más cerca de la realidad económica y social que padecen campesinos e indígenas de diversos territorios, y de pobladores urbanos y rurales en general, agobiados por las políticas de inequidad y exclusión. Atemorizados de morir en la pobreza y sucumbir en el olvido sempiterno al que los ha sometido el Estado colombiano. Incrédulos y discriminados, pero también valientes cuando se han valido de la organización y protesta para hacer valer sus derechos como sucedió en el Paro Cafetero de 2013.

 

Como otros tantos académicos e intelectuales del país y del mundo que están respaldando a Petro soy consciente que las soluciones estructurales no serán automáticas, dada la complejidad y convergencia de factores internos y externos que por siglos y ciclos políticos y económicos se han tejido para impedir que sobre Colombia reine la justicia social. El inicio de una era de paz, lo que equivale a alejarnos cada vez más de la guerra cruel, es lo que más me anima en estas horas decisivas para el futuro de nuestros hijos y los que aún no han nacido también. Pienso en el destino de los bosques, los paramos y la vida en su conjunto.

 

He dichos en las redes sociales que estamos entre la esperanza y el miedo. La primera encarnada en millones de jóvenes, hombres y mujeres, de todas las clases sociales, partidos políticos, etnias y religiones que claman por una sociedad en la que podamos vivir dignamente, sin miedo y en libertad. Del otro lado pervive un sector de colombianos comandados por el latifundio histórico, el racismo estructural, el oscurantismo y el peor de todos los males de Colombia: la corrupción revestida de una retorica capaz de engañar y legitimarse.

 

Hace ocho años cuando la Ola Verde alcanzó a socavar las estructuras de la corrupción tuve la ilusión de un cambio. Hoy las cosas han empeorado pero al mismo tiempo noto una movilización mucho más multicolor de la que emprendimos con Antanas Mockus y Ángela María Robledo en el 2010. En ese entonces habíamos sobrevivido a ochos años de guerra sucia, falsos positivos y embrujo autoritario. Cuando se conocieron los resultados electorales frente a Santos (el de Uribe también), le respondía a un periodista que había ganado la corrupción. Nunca me arrepentí de esa afirmación. Menos hoy cuando vemos a la clase política tradicional acorralada en la misma foto del que dijo Uribe.

 

Soy un ciudadano que no tolera la injusticia ni el dolor ajeno. Como profesor inculcó las bondades incumplidas de la Constitución de 1991. Soy un  hombre que no ha guardado silencio ante la crueldad y la infamia. Sueño con el cambio. Como otros tantos  veo en la Colombia Humana una plataforma en la que empresarios, trabajadores, profesionales, campesinos, afrocolombianos, indígenas, jóvenes, pensionados y mujeres, discapacitados podamos encontrarnos y reconciliarnos, para construir una sociedad en paz y democracia. Hoy, como dice Petro, los que tienen miedo son los corruptos y sus maquinarias oprobiosas. Liberarnos de esa  mal es haber empezado a forjar el país que nos merecemos. Les invito a que hagamos parte de la nueva historia de Colombia. Juntemos más corazones y esperanzas. 

 

*Historiador, profesor universitario y ambientalista por siempre.

 

Pereira, 11 de junio de 2018

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